martes, 3 de noviembre de 2015

Guerras nuestras.

No vengo en son de paz, 
así que si tienes por ahí toda tu artillería, 
te aconsejaría que empezases a sacarla.

Del mismo modo que te sacas 
el amor de los pantalones 
cuando cualquier rubia está dispuesta a demostrarte 
que el arte también puede ser 
algo muy vulgar y obsceno.

Y no es que esta vez no te traiga poesía, 
es que vengo cargada de versos hasta la médula, 
para recitártela con tanta saliva 
que se te arruguen las yemas de los dedos 
sin ni siquiera pasarlos por mi boca.

Estoy buscando el hacha 
dentro del cajón de la ropa interior, 
y no va a importarme hacia donde salpique 
todo este desastre.

No vengo en son de paz, 
así que guarda tu sonrisa de revolcón 
y prepárate para el campo de batalla.

Que no te engañen los tacones, 
porque terminaré por usarlos 
para agujerearte el corazón a lo femme fatale, 
follándote tu falta de compromiso 
hasta darte tres hijos que se desvanezcan 
cuando vuelvas a estar sobrio.

Ahora el tiempo nunca es clima, 
siempre es distancia, 
y hace meses que cada día 
todos los relojes van marcha atrás.

Le veo el culo a todas las horas, 
que caminan de espaldas 
con bragas de lunares.

Esto es una guerra. 
De las de balas que se te instalan 
en los órganos vitales 
y te hacen ver toda tu vida 
como una película mala 
y desenfocada que te marea.

Una picantona de los años ochenta, 
con una de esas bandas sonoras 
que nunca pasan de moda.

Pero pasan. 
Como pasas tú por debajo de mi ventana.

Me restriego los ojos 
hasta que te veo desnudo 
y toco el cristal con los nudillos 
pidiéndote que subas, 
pero nunca recuerdo el número de mi piso.

Así que saco el revolver 
y disparo, 
contra ti 
y contra todos los pasos 
que te alejan de mi.

Te lo advertí, 
estamos en guerra, 
y ahora mi falda no va a hacerte de trinchera, 
porque he olvidado lo que es sentirse en casa 
y no puedo hacerte de hogar 
cuando te echen de todos los bares.

Se que tienes miedo a despertar 
en una cama que no conoces,
así que, 
por muy largas que sean las piernas, 
a ti nunca se te hace tarde, 
y de madrugada caminas por una ciudad silenciosa 
en la que los gatos ronronean 
y se te enredan en los pies, 
insinuantes.

Pero nunca dejan que los toques, 
así que has dejado de intentarlo.

Deambulas esquivando todos los lugares 
en los que has llorado mi ausencia 
y evitando todos aquellos 
en los que aun escuchas mi risa.

Deberías de haber traído un arma 
y hundírmela en el pecho sin reparo.

Es una guerra de vencidos: 
perdimos cuando nos dejamos 
y ahora solo tratamos de saber 
si hemos ganado algo.

Pero es una guerra, 
y como en todas, 
siempre hay un bando que tiene que caer 
para que otro sienta el orgullo de su bandera, 
la única diferencia es que en esta batalla, 
no me importa ser yo quien caiga 
si tú me esperas en el suelo 
con los brazos abiertos 
en forma de esperanza.



2 comentarios:

  1. Maravilloso, Amparo. Últimamente todos los poemas que he leído me han recordado cosas y a la vez me ha hecho pensar mucho. Pero este me ha gustado muchísimo *-*

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    1. Muchísimas gracias! Me alegra una barbaridad que hayas conseguido verte a través de lo que escribo, es la forma más bonita que tienen de conectar las dos partes de un relato: quien la escribe y quien la lee.
      Y aun me alegra más que me cuentes que ha sido así, es siempre un empujoncito para seguir.

      Un abrazo inmenso.

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