martes, 22 de noviembre de 2016

Días tristes y libros preferidos.

El día más triste de mi vida me dijiste que llegaría a ser feliz. Que ironía. El día más triste de mi vida me dejabas un cadáver sentimental en el salón de casa, con el ataúd cerrado porque el muerto estaba irreconocible. Todos hablaban de sus vidas, con esa manía que tiene el ser humano de ser el centro de todo, incluso aunque no conozcan al difunto. El centro del día más triste de mi vida, ni siquiera era yo.

Llevaba días poniéndome la ropa interior negra, y la pasta de dientes ya nunca era de fresa. Y me iba al trabajo y volvía a casa, y comía y dormía. Como un animal herido que sigue con su vida cuando su dueño se va de vacaciones y le abandona en cualquier arcén. La inercia de los días. La angustia del ir y venir de acontecimientos que no te esperan, de personas que siempre preguntan lo mismo, de colores que siguen sin sentarte bien.
Hoy he recogido todo el piso, he amontonado toda nuestra vida en unas cuantas cajas de cartón, y te he vomitado por todas las esquinas. Siete me mira desde el rincón más oscuro, ya no le toco porque su ronroneo me recuerda al tuyo. Al sonido con el que te desperezabas. El día siguiente al día más triste de mi vida te odio.

La chica de la biblioteca dice que has pasado por allí. ¿A quién le lees ahora en voz alta? Todo gira con demasiada fuerza y me recuerdas a un huracán que mueve las páginas de mis libros preferidos y caigo en la evidencia de que coincidimos con cada uno de ellos, con los párrafos más amargos, justo en el momento en el que ella no llega al aeropuerto, en el mismo instante en el que él no encuentra los motivos para quedarse a su lado, en la línea que dice: ‘’lo siento pero tengo que marcharme’’.

El día más triste de mi vida descubrí que eras mi libro preferido, mientras todos los vientos del norte soplaban en el edificio más frío de Madrid.

¿Cómo se puede echar tanto de menos aquello que siempre ha sido un error? Se me acompasan los órganos vitales mientras se me descuadra la vida tan rápido que no me da tiempo a guardar nada para cuando me sienta mejor. ¿Y si no me siento mejor? Eso no lo había pensando. Si no llego a sentirme mejor no tendré que guardar nada porque el después del después no será distinto a ahora.

Como mucho polvo, que siempre vuela más fácil que el recuerdo. O más rápido. Como mucho polvo gris que nada tiene que ver con la vergüenza de que nos hayan pillado follando en el baño de cualquier bar. Polvo que huele a hueso triturado, a saliva ácida que corroe la piel, y que no pesa pero duele sostener.

Siento un escalofrío y noto tu boca engreída cerca de mi oído: ‘’no te olvides de que el fuego lo guardo yo.’’ Claro, el fuego eres tú y yo el polvo, polvo antes siquiera de ser ceniza. Y soplas, hasta que te duelen los pulmones de airear nuestros recuerdos.
Me concentro en sentirme mejor y escucho como gotea la pecera de nuestra habitación. Una y otra vez dando contra el mismo lugar mientras los peces de colores salen de mis ojos, a borbotones porque les he prometido el mar. Un mar de dudas agrias que sabe a las primeras mandarinas que las madres preparan en la merienda de sus hijos. Porque tienen vitaminas aunque estén agrias.

Porque sucedimos aunque ya no seamos.
Ahora mis peces de colores me odian y se me han quedado los ojos vacíos. Tengo aire de fin del mundo, de patriota que no vuelve de la guerra. De mutilado que sigue sintiendo el calor del miembro amputado junto al frío de la ausencia.

El día más triste de mi vida nadie me dejó decir que estaba triste. Y tú mientras reías y nadie te dijo que no lo hicieras.
Recuerdo que me pillé el dedo con la puerta y que la sangre salía a borbotones y entonces lloré y me dejaron. Claro, eso sí. Me dejaron y yo fingí que no lloraba por ti, porque no se llora por las cosas que no tienen solución.

¿Eso quiere decir que no volverás?

He roto los seis jarrones de la entrada para que parezca una salida, porque nadie pone flores en las salidas ¿no? Pero aun busco la forma de escapar de aquí.
El día más triste de mi vida me perdí en la biblioteca de un pueblo del sur.

Quizá esté buscando mi nuevo libro preferido.
Quizá no tenerlo sea por primera vez mejor que haberlo encontrado.




 

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