lunes, 28 de agosto de 2017

Laura sigue aquí.

Laura, 
que tenía los ojos claros y el corazón oscuro, y que nunca me veía mientras me miraba, me dijo anoche que se había enamorado.

De golpe, 
y de porrazo, 
porque aquello era ambas cosas, 
todos los poemas perdieron el sentido. 

La chica fría enamorada de alguien que no era yo.

Quise invitarla a un café. Pero se negó. 
Tenía un anillo nuevo y un piso en mitad de la ciudad.

Laura, 
que siempre llevaba falda por si el encuentro era rápido, cruzaba ahora la calle con un vestido largo que la hacía parecer distinguida. 
Nada de bares de mala muerte, ni velocidad sobre ruedas, nada de mi. Ni de tatuajes a deshoras, ni de disculpas por no saber disculparnos por aquello que no podíamos ser.

No se que vaqueros ponerme y las sudaderas me resultan poca cosa, con lo que le gustaba meter sus manos frías bajo ellas, y ahora aquel tipo viste de camisa.

Laura, 
que le daba a la droga y a la noche, y que no sabía hablar del futuro, tenía intenciones de boda. Y sonreía a todo el mundo, y le reían los ojos. Y le bailaban las pecas. Llevaba las uñas arregladas y un collar diminuto que le llegaba a la mitad del pecho.

Su pecho que se movía rápido cuando estaba a horcajadas sobre mí. Ayer mismo ¿no? O antes de ayer. O quizás hace un par de años.

Laura, 
que me escribía de madrugada para decirme que estaba borracha y era fácil, agacha ahora la cabeza cuando se cruza con un hombre que la mira, y deben de ser muchos al día. Parece recatada y tímida, y lleva el pelo liso; ni rastro de aquellos rizos rebeldes que se empapaban en sudor cuando hacíamos el amor.

No la reconozco y la sigo queriendo; 
maldita alma poeta que vive plácidamente de lo que fue, 
o de lo que no fue pero quiso que fuese.

Laura, 
que tenía el cuerpo lleno de lunares, parecía ahora una muñeca de piel de porcelana; ni rastro de mis cicatrices. 
Y siento rabia de no haberle hecho más daño, 
más fuerte, 
más adentro. 

Hasta el epicentro de todo lo que era 
para condicionar todo lo que llegase a ser.

Todos los días la sigo hasta el café donde desayuna, y le fotografío las piernas, sin que lo sepa. Y le busco aquella marca con forma de mariposa que tenía en el tobillo y la ayudaba a volar. ¿Levantará ahora los pies del suelo?

Laura, 
que fumaba a todas horas y siempre olía a lavanda, tomaba ahora té por la mañana y no se acostaba a más de las doce. La luz de su habitación se apaga todos los días a la misma hora, y yo vuelvo a casa, mirando siempre hacia atrás por si se asoma y me dice que soy idiota por creer que toda aquella parafernalia era cierta.

Pero nunca vi su cara, 
ni sus ojos de gata.

Laura, 
maldita Laura, 
que tenía toda la luz que me robaba. 
Que se incendiaba mientras yo me apagaba.

¿Le has contado al galán que te acompaña que una vez fuiste la chica de alguien sin futuro? Quiero saber, Laura, si le has hablado de mi piso en las afueras, de dormir en el suelo, de la cerveza y el sexo. Tu risa aun suena donde ya no suena nada. ¿Le has dicho que tengo aquí todas tus bragas? Y la vieja maleta que siempre llenabas con ropa de los dos mientras me contabas a donde te gustaría ir de viaje y volvías a la cama. Seguro que él no sabe lo de aquel golpe en bicicleta que te partió dos costillas, ni que no conoces a tu madre. 

Ni lo del tequila, 
los baños públicos 
y las prisas por ser alguien.
O algo, con un poco de sentido.

Tu amor curaba esta decadencia de mierda. Tu amor llenaba la nevera y amansaba a todos los animales callejeros que llevo dentro.

Tus besos en el pecho calmaban todos mis reclamos, 
mis viejas heridas, 
mis huesos mal soldados.

Laura, 
ahora que te has ido, y que yo no voy a moverme del sitio, porque este sitio huele a ti, quiero decirte que espero que no seas feliz, no porque no te lo merezcas, sino porque no me lo merezco yo.
Yo no me merezco que tú seas feliz.

Nunca más voy a salir de este apartamento, 
ni a poner la lavadora, 
ni a cambiar las sábanas, 
ni a afeitarme. 

Y no me importará que entonces no vayan a seguir subiendo mujeres que se parecen a ti, porque luego nunca cantan ninguna canción de Dylan, ni me corrigen cuando recito a Bukowski, ni conocen ninguna calle de la ciudad donde se vendan libros usados.

Me he dejado caer al bar de abajo, y me he puesto en la última mesa, he sacado la cartera y he buscado la nota que me dejaste en la nevera: 
‘’He decidido cambiar, 
pero tú no lo hagas, 
porque entonces podría funcionar.’’

Hace cuatro años Laura, 
pero ha vuelto a pasar, 
te he vuelto a perder.

Hace cuatro años Laura, 
y todos los rincones, 
las calles, 
los gatos, 
los coches 
y las luces, 
se mueven diferente cuando digo tu nombre.

Hace cuatro años Laura,
y yo, 
mientras tú pareces feliz, 
sigo estando triste.

Y vivo.

Y eso, debería ser incompatible. 






2 comentarios: