Se fue a la guerra. Y no volvió. Quiero decir, sí que volvió
pero era otro que yo no conocía. Y además, no traía heridas, traía el vientre
lleno de flores cortadas por otras manos.
Sucias y hábiles.
Se fue y yo que no pensaba esperar, me quedé a vivir en el
alfeizar de la ventana, con la vista clavada al fondo, donde ya no se distingue
la huida del regreso.
En la distancia todo se vuelve un amasijo de desconocidos,
tan vivos como inertes, tan cercanos como lejanos.
Y tú sin moverte del sitio.
Voy a decirte que te extraño casi todas las noches que
quiero mucho a alguien que no eres tú. Voy a decirlo solo cuando estés tan
lejos que no puedas escucharlo, porque no toda confesión se hace para otro
oído.
Cuando ya no tenga miedo, voy a contarte que me hubiese
quedado.
Cuando los huesos hayan soldado y no pulule por la ciudad este olor a
mar.
Mientras tanto, no voy a decirte más que lo que no te digo y
tampoco voy a dejarme querer.
Siempre fue de otra forma que ya he olvidado, pero ahora es
distinto ¿tanto hemos cambiado? Seguramente ya hayamos elegido justo por no
haberlo hecho. La falta de decisión es la mayor elección. ¿Cómo puede haber
tanto en todo lo que callamos?
Me parece que el tiempo ha dejado de discurrir. Algo se ha
parado, y la habitación donde solíamos besarnos ha estallado esta mañana y yo
sin embargo, sigo escuchando el estruendo. El tiempo ahora funciona de otra
forma, y dentro de unos días será otro día y cuando todo debería ya haber
acabado, dentro de mi estará empezando.
Mañana será siempre hoy y ya no habrá puentes que unan
distancias. Eternamente lejos, todo lo lejos que estábamos ayer y que yo siento
ahora.
Y cuando nos volvamos a encontrar y nuestros ojos se vuelvan a mirar,
estaremos tan lejos como lo estábamos ayer.
Me he puesto delante de una hoja en blanco y he decidido
hoy, después de hace años, escribirte una nota de despedida, porque he tragado
saliva y necesito decirte adiós:
A ti, con todo el amor que siento hoy y es de ayer;
a ti, con esta sinceridad que tanto me ha llevado a
mentirte.
Me has hecho daño
y ahora eres ceniza,
pero hay algo en ti,
dulce poesía,
que respira.
No hay nada en orden si recuerdo.
Eres todas las
guerras de este pecho, todas las veces que me he negado al refugio.
Tempestad y
viento.
Y echo tanto de menos decirte que te echo de menos, y el luto, los
tropiezos.
Los malos momentos y el sexo.
Desde esta vida nueva tengo una
ventana que siempre da a tu habitación, y un rincón en el que hace frío solo
cuando te pienso, y te pienso mucho.
Y ya no vuelo,
ni paseo,
ni canto,
ni
siquiera rezo,
porque no creo.
Dime, ¿qué andabas buscando fuera de mi?
Los besos,
los
años,
los daños,
siguen aquí.
Y con el café de esta mañana me ha dado por
pensar que igual dudas. Y eres humano. Y vuelves. Y hablamos. Después he
recordado que esto era una nota de despedida, y que entonces debía de ser yo
quien despidiéndose, no te dejaba regresar.
Así que he decidido escribirte mejor una poesía, sentada en
el único lugar que no me recuerda a ti y te he encontrado allí:
A ti, que por todas partes vuelas;
que te expandes y me
abarcas.
A ti, que no eres más que una sucesión de improbables,
tengo que
confesarte que no hay noche, ni día, ni tarde,
que no me quemen las palmas de
las manos de no tocarte.
Pero no hace falta que vuelvas,
me gusta más imaginarte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario