lunes, 16 de marzo de 2015

Somos la generación del silencio.

Somos la generación del silencio.

Callamos ante los disparos 
de aquellos que tienen el poder, 
como si viviéramos todos los días 
dentro de una mentira que se viste de traje y corbata.

Callamos y la música del local suena más fuerte; 
las veinteañeras  ya solo se divierten 
con rayitas colocadas en el lavabo del baño 
mientras las quinceañeras seducen a sus novios 
con faldas mucho más cortas 
que la bronca de sus padres 
al llegar a casa pasada la hora de toque.

No decimos nada cuando los desahucios 
roban sueños de una vida compartida en familia 
que ha decorado los muros fríos 
con fotografías de sus hijos.

Y seguimos sin mediar palabra 
cuando nos damos de bruces 
con esos discursos tan bien estructurados 
de aquellos que se sientan en un escaño 
a hablarnos de una vida 
a la que ellos mismos están matando.

Nos hemos convertido en carne de cañón 
para una sociedad de modas y prejuicios, 
de tallas pequeñas, de complejos grandes.
De cabezas huecas.

Los niños se van a la cama
con el silencio de sus padres 
y el ruido del televisor, 
las palabras crisis y corrupción 
son las que mejor saben escribir, 
y deletrean de memoria:
A C O S O   E S C O L AR.

La honestidad ya no es bombeada por ningún corazón, 
ya no hay revoluciones en las letras de un poeta rebelde, 
ni parlamentos populares en los sueños de un inadaptado; 
no hay golpes de estado ni ideas que rompan con el protocolo; 
no hay cabezas que se reserven el derecho de admisión 
frente a teorías que no cuadran con el día a día.

Nos controlan con pánico, 
con palabras como ‘’hipoteca’’, ‘’factura’’ o ‘’despido’’, 
mientras nos hacen esconder la mano 
cuando son ellos quienes tiran la piedra.

Ya no hay nadie que grite aquello de: 
que se pare el mundo que yo me bajo; 
ni abrazos que nos hagan cuestionarnos una vida entera.

¿Dónde están los brazos entre los que cabía una promesa? 
¿Y los pies que se enfrentan a una travesía que no es la predestinada?

Es como follar por dinero, 
o pagar para follar: 
extraer la esencia misma de la vida, 
arrancarle de cuajo su propia naturaleza; 
mutilar nuestra existencia 
y ponernos pautas como a ovejitas de corral.

Ya nadie agradece que le digas la verdad, 
porque últimamente la verdad siempre duele.

Los jueces han olvidado que violar 
no es una forma de hacer el amor, 
y que maltratar por descuido no tiene cavidad, ni sentido.

Ya no nos vamos a la cama 
memorizando poemas de Bécquer 
o analizando si los sueños, 
como dice Freud, están sobrevalorados, 
porque la verdad es que cada vez soñamos menos, 
y en consecuencia, cada vez vivimos menos o peor, 
que viene a ser lo mismo.

En las cárceles se cobra el paro 
y se les preparan actividades 
para que no piensen en los hijos de puta que han sido 
cuando las rejas parecían mucho más lejanas e improbables.
Toman menús preparados con esmero 
mientras algún vagabundo se muere de hambre 
en una esquina a la que cariñosamente llama ‘’hogar’’.

Y a pesar de todo esto, 
hay quien sigue sin ver el problema, 
igual es que en el Parlamento todos son ciegos y sordos 
o que quizás estamos siendo gobernados 
por una panda de señores 
a los que la realidad les genera urticaria.

Se nos ha apagado la mecha, 
y el único fuego que prende 
es aquel que enciende la hierba 
de una panda de mocosos 
que han leído no se donde 
que la marihuana te ayuda a la concentración 
y a la adaptación social.
‘’Que fumo pa’ hacerme el chulo’’ 
Nuestro lema actual.

El ébola se expande por fallos 
de aquellos que intentan ayudar a otros, 
y ahora me pregunto 
¿cómo cojones puede fallar alguien 
que está poniendo su vida en juego 
para salvar la de otro?

Y llamamos a esto: Estado del bienestar, 
pues mire, perdón si me descojono 
y me burlo de expresiones meramente formales, 
a las que ustedes han despojado de toda realidad.

Pedimos perdón 
cuando el ojo del Gran Hermano invisible 
se posa sobre nosotros, 
pero antes de que eso suceda 
intentamos ‘’escurrir el bulto’’ 
con la misma facilidad que un cristiano 
se despoja de sus pecados 
contándoselos a un desconocido 
que le impone un par de oraciones que nunca pasan de moda.

Vamos a estrellarnos con un montón de señales 
que indican que aquí se acabó el camino, 
que no hay más parada ni destino; 
que solo vamos a poder dar marcha atrás 
y arreglar lo derruido.

Que ya no cabe correr ningún velo, 
y que detrás de la cortina 
sigue la actuación de una vida 
que no se detiene 
pero a la que cada vez le cuesta más caminar, 
y si seguimos echándole peso, 
va a tener que parar a descansar eternamente 
para recordar que un día fuimos humanos, 
y no animales con piel de corderito 
y alma de lobo feroz.

Vivimos en la eterna pausa 
de aquel que sabe que está solo porque respira.

Somos la generación del silencio.

Que por callar frente a tanto ruido, 
hemos olvidado como suena un buen aplauso 
cuando alguien ha jugado limpio 
y ha llegado a la meta sin atajar ni engañar, 
sin meter la mano en el bolsillo ajeno.

Sin traicionar la confianza 
de aquel que posó sus ilusiones 
en un sueño contado por otro.


2 comentarios:

  1. Somos la generación del silencio porque nuestro ruido quedó mudo ante tan poco accionar. Más que palabras se necesita acción. Facta non verba (o era res non verba). La acción contagia a otros pero cuando ésta no contagia los que actúan dejan de hacerlo. "¿Para qué?" Se preguntan y dejan de actuar y se llaman al silencio.

    Un cambio grande lleva mucho tiempo y no sirve de nada arengar con palabras en redes sociales porque ahí quedan ya que si bien están instaladas en la sociedad aún hay un límite que separa el mundo virtual del real y del cual solo unas pocas cosas han logrado atravesar.

    Para quebrar el silencio hay que hacer ruido y no por medio de las palabras, sino por medio de la acción.

    Un gran poema y cargado de realidad. Que tengas una buena noche. ¡Saludos!

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    1. Si Nahuel, tienes mucha razón en varias de las cosas que dices, aunque creo que a veces, no es que las palabras no sirvan, está claro que estas, si no son acompañadas de alguna acción, quedan insulsas, pero no creo tampoco que las palabras no hagan también su mella, solo que hay que cargarlas de fuerza, y de verdad, que no sean meras redacciones en las que contamos o cuentan lo que más de la mitad de la población cuenta hoy en día, es decir, que sea menos comercial y MAS INTENSO, mas real, más verdad.

      Siempre es genial leer algún comentario después de publicar un texto, me alaga mucho saber que me dedicáis (a mis letras) un poquito de tiempo.
      Un saludo!

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