martes, 14 de julio de 2015

La suerte no se olvida.

Verte mover tus dudas de lado a lado de mi habitación, 
cogidas a tu desnudez. 

Tus heridas son egoístas; 
si tienen que hacer sangrar las mías 
para no sentirse solas, 
hunden el cigarro en ellas 
y las invitan a los vicios. 

Como si la salud solo fuese un producto 
con el que comercializar y hacer negocio.

Pero no del tipo de negocio que tú y yo sabemos; 
no de esos de: si te quitas la primera prenda 
te digo la primera verdad.

Que te quiero aunque no sepa querer como se debe. 
Aunque no te pida nunca que te quedes después del polvo.

Aunque todo polvo se esfume 
por muy sólidos que pareciesen los cimientos 
antes de que todas las promesas se volviesen ceniza 
y nuestras bocas empezasen a soplar.

Pero todo lo que vuela, 
termina por caer, 
y a nosotros, 
la lluvia de ceniza siempre nos coge 
con los ojos de par en par 
y nos hace llorar.

Me saco tus cigarros del costado 
y nos los fumamos a medias, 
mientras me miras las clavículas 
y me susurras lo bien que quedaría un recuerdo 
cosido a ellas.

Y me las besas. 

Ahora mis hombros hablan de ti, 
y vale que ya no es tu lengua, 
y vale que es otra saliva, 
pero las historias siempre son las mismas 
y todos los viernes llueve ceniza.

Procuro tener los párpados bajados,
y soñarte. 
A placer de saber que existes 
aunque sea entre otras piernas. 

Que suerte haberte visto llorar por mi existencia. 
Que siempre te ha dolido más que mi ausencia, 
y explícale tú eso a alguien que no nos haya conocido. 

Decías que mientras estaba, 
te pesaban los días porque podían esfumarse.

Y cuando me iba, 
me pensabas con la calma que pone uno 
en recordar cuantas cucharadas de azúcar 
llevaba el postre de tu abuela. 
Y no tenías insomnio.

En cambio, cuando estaba nunca podías dormir, 
te asustaba despertar 
y que me hubiese ido con uno de corbata. 

¿No irías a por mi? 
Y tú respuesta siempre era la misma: 
no te buscaría porque acabaría encontrándote 
y volvería a tener miedo de perderte.

Me decías que yo era una suerte. 
Buena o mala. 
Pero suerte. 
Y que la suerte no se olvida.

Que la suerte está echada 
y que yo, sobre tú cama, 
tenía más pinta de buena que de mala. 

Pero que vete tú a saber si mi ombligo 
te dejaba pensar con claridad. 
Que de una escritora nunca hay que fiarse, 
pero si además escribe sobre ti, 
entonces puedes equivocarte, fastidiarla, 
meter la pata o la boca en otro escote, 
porque ella cogerá todo tu desastre 
y lo terminará convirtiendo en poesía.

¿Ves? 
Al final tienes tú la culpa de mis deslices. 
No los cuentes bonitos. 
Escribe por ahí que soy un cerdo, 
y cuenta lo de Lucía y lo de Marta. 
Escribe que me olvidé de tu cumpleaños 
y que el catorce de Febrero 
me presenté en tu casa borracho. 
Mucho más borracho que tu nuevo y perfecto novio. 

Pon también que acabaste la noche con él, 
pero la vida la acabas conmigo.
Ponlo. 
Que pueda odiarte un poco 
y se me hagan más fáciles mis malas decisiones. 
Que siempre llevan tu pelo.

Te asomabas a mi boca suicida 
y me prometías que un día, 
cuando ya no supieses volver a mi, 
ibas a matarme a golpe de recuerdo, 
y que después morirías conmigo plácidamente, 
como alguien que lo ha logrado todo en la vida.

Porque la suerte, decías, la suerte nunca se olvida. 

2 comentarios:

  1. ¿Y cómo olvidar a la suerte si es una dama caprichosa que uno nunca va a saber si va a ser buena o mala? SIn embargo, coquetear con ella puede ser muy arriesgado. Su bondad te puede transportar a hermosos sitios y experiencias maravillosas, pero su maldad te puede arrastrar a lugares horrendos y a experiencias que uno no quiere tener ni en pesadillas.

    Un gran texto como siempre. Que tengas un bonito día. ¡Saludos!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Verdad que si, que la suerte no se olvida, que se queda grabada, y que a veces viene sin ser llamada.

      Muchísimas gracias Nahuel! Mil abrazos y buen día!

      Eliminar