miércoles, 23 de septiembre de 2015

He estado pensando en el mundo.

He estado pensando en el mundo, 
en general.

En todas las ventanas 
de las cientos de casas 
que miran al mar, 
en los niños 
que asoman sus ojos inquietos 
en busca de algo que les haga de distracción 
mientras sus madres creen que hacen la tarea.

He visto caer agua de un cielo 
que llora desde que decidimos a golpe de gobierno, 
quienes iban a ser personas 
y quienes no iban a tener derechos.

Estado del bienestar 
del bolsillo de unos pocos.

He imaginado conciencias dormidas 
entre algodones de azúcar, 
mientras una mano les acariciaba la nuca 
en un intento de calmar sus últimos pecados.

Cristianos que besan los pies de un santo 
y le niegan el respeto a aquellos que duermen en el suelo.

Musulmanes que se inmolan 
en nombre de un dios misericordioso 
al que ofrendan a sus hijos 
como si la vida solo fuese un negocio.

He pensado en todas las puertas que se cierran 
y nos dejan dentro de una habitación 
donde todo nos resulta tan familiar, 
que ni cerrar los ojos nos libra del recuerdo.

He visto alabar a aquel que vuela, 
con poder, dinero y fama, 
y despreciar al que se arrastra 
por un puesto de trabajo 
en la industria de su pueblo.

Quien decidió que volar era lo admirable.

He imaginado hombres 
que destrozan y devastan tierras 
solo por obtener su fruto, 
al precio que sea, 
y consideran a todo aquel que las trabajó y labró, 
un mero medio para el objetivo final, 
que siempre es el dinero.

Fieras que no aúllan, 
ni gruñen, 
ni maúllan; 
fieras que hablan. 
Fieras que se comunican. 
Fieras que engañan. 
Que roban. 
Que comercializan con todos nosotros.

Que manejan maquinarias que no lloran 
cuando tiran abajo los muros 
de la casa de una mujer de ochenta años 
porque la legislación ha cambiado.

¿Quién carajo es Legislación? 
La anciana solo conocía a Eulalia, 
la vecina de abajo, 
y a Marisol, la mujer de Agustín. 

Así que dime, 
dime quien es Legislación, 
que tal poder tiene para arrasar 
con todo aquello que me pertenece.

He visto pájaros que no vuelan 
porque no les enseñaron; 
les hicieron creer que sus alas eran torpes 
y sus picos no servían para cantar.

Jaulas abiertas 
de las que nadie se atreve a escapar. 
Y cárceles tan cerradas, 
que a los dos meses te abren sus puertas.

Explícale a una madre 
que no se considera asesinato 
porque no hay rastro del cadáver, 
aunque su hija lleve meses sin cenar en casa.

Niños que juegan al escondite 
mientras soplan dientes de león 
y piden deseos complejos 
porque si fuesen sencillos, 
dejarían de necesitar el diente de león, 
y esa es la mejor parte.

Vestidos de flores 
que se ondean en verbenas 
donde suena la música de siempre; 
vestidos grises 
que cruzan campos plagados de minas 
y la felicidad se resume en llegar al otro lado.

Dos piernas. 
Dos brazos. 
Y ha sido un buen día.

Familias que inculcan culturas y religiones 
a golpe de infiernos y castigos, 
de fe ciega, 
extremismo, 
intolerancia 
y sacrificio.

Que no leen cuentos con finales felices 
ni les recuerdan que son libres de elegir sus principios.

Algo así como llevar una etiqueta.

Dicen que no se nace con suerte, 
que la suerte se hace, 
y dime tú si no se necesita nacer con suerte 
para que el vientre que te hace de hogar, 
esté en el lado adecuado de la frontera.

Que pena el mundo, 
en general.
Que pena el ser humano, 
en concreto.




2 comentarios:

  1. Y eso seguirá así hasta que los intereses de unos pocos desaparezcan, hasta que las obsoletas religiones dejen de esclavizar, hasta una bala deje de ser más barata que un libro, hasta que se termine el amparo para los que hacen mal a este mundo. Una situación muy compleja que tardará años en resolverse, pero que si no se comienza ahora el ocaso de la raza humana será inevitable.

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    1. Si, siempre recuerdo la misma frase cuando se habla de estos temas: la riqueza de unos pocos a cambio de la miseria del resto.
      El hombre humano, bajo cualquier forma, ha perdido su significado.

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