Para aquellos que viven en huelga con el corazón,
la vida no
es más que un mal sueño,
del que solo despiertan mientras duermen.
Vivir en un constante malhumor
con el espejo de los días,
que no se corta ni un pelo en mostrarnos quienes somos
con el suficiente
reflejo para llegar hasta dentro,
y descubrir que no hay flores en los pulmones
que se abran en Abril.
La existencia, que a veces tira tan fuerte
que se lleva los
órganos vitales,
quizás esa sea la mejor definición del amor,
encontrar a
alguien a quien podamos dejarle el corazón
para que lo guarde cuando llegue la
vida
y nos arrastre a la sombra de unos días que no laten.
He dado vueltas por tu cama durante ochenta días,
recorriendo todo mi mundo entre sábanas blancas
que hablaban de la mejor forma
de apilar recuerdos.
Siguiendo la línea del horizonte de tu sonrisa,
que es una
risa encarcelada en silencio,
una carcajada irónica de todo lo que no cabe en
un verso.
Te dejo que me busques en otros sueños,
en otras faldas, en
otros cuellos…
Que otra clavícula se te antoje mar
y busques la humedad en
otras piernas
que no saben caminar hacia ti
con la elegancia de lo perdido que
dibujaban mis tobillos.
Y cuando te corras de ausencia en otro cuerpo
por el
que descarrile mi recuerdo,
me invocarás sin quererlo,
como se hace con los
viejos espíritus
que anidan en la contraportada de nuestros miedos.
Te escribo a conciencia
de que soy lo más real que has
tenido,
aun a pesar de que la estructura de nuestros planes
fuese humo,
y los
cimientos de nuestras promesas,
gelatina,
que te he dolido eso es cierto
pero
joder como te he querido.
Escríbeme algún día,
cuéntame lo mala que he sido,
háblame
de lo rápido que me dejé la ropa interior en casa,
de lo poco fiel que te ha
sido mi cama,
de lo mentirosa que era mi verdad.
Hazlo, y demuéstrame que estás vivo,
y que me he equivocado
contándole al camarero
de la calle número cinco,
que eras un hombre de hojalata
que lo único que tenía de real eran mis ganas.
Para aquellos que viven en huelga con el corazón,
los
aeropuertos no esconden historias
y no hay banderas que se ondeen
con el
impulso de un ideal, de una meta o principio.
Viven en una continua charla con la razón,
que solo sabe
hablar con tecnicismos
y que nunca pierde las bragas por unos ojos
que se
vuelven sonrisa
cuando a las cuatro de la madrugada
todo son callejones sin
salida
desde los que no se escucha la música de la vida,
desde los que no se
levantan faldas
porque todas son demasiado cortas,
desde los que no se
emprenden vuelos
porque todo el mundo camina a ras del suelo.
No me pidas que te entienda,
porque no soy chica de entender
la cobardía,
ni las paradas en mitad del camino,
no soy yo esa chica que
entiende lo de tus huidas,
o las recaídas con cientos de escotes
que bajaban
empicados
a todo lo que estábamos dejando de ser.
Hay noches en las que tu corazón
consigue quitarse la soga
del cuello
y se le escucha pelear con la razón,
tan fuerte que te retumban los
recuerdos
y vuelve la imagen de mi vestido por el suelo.
Se escucha desde mi casa: boom boom boom.
Y entonces una llamada
que dura el tiempo exacto en que
tarda tu razón
en volver a tomar el mando, y de nuevo, como siempre:
silencio.
Tan oscuro, tan denso
como una noche sin estrellas,
como un
mar sin sirenas,
como una maleta preparada sin ilusión.
He dejado de ser guapa para ser complicada,
o eso les dices
a tus amigos,
que mis bragas ya no bajan con la facilidad
de la caída por un
tobogán.
No hay estaciones ya en mi cama,
ni motivos ni razones por
la caída libre de mis piernas;
mi saliva es lo más parecido al mar muerto
y mi
ombligo no es el protagonista de tus plegarias.
Y oye, que lo entiendo,
que aquellos que viven en huelga con
el corazón
no necesitan musas ni diosas de carne y hueso,
no quieren a nadie
que les haga de tierra prometida
ni que les abra las aguas con el revoloteo de
sus pestañas,
y no soy quien para ponerlo en entredicho.
Ahora hay muchas perras jugando con tu hueso
mientras yo
trato de frasear perdida
entre las cartas del destino,
que no nos entendemos ni
nos aguantamos,
que jugamos la partida sin mirarnos a los ojos,
atropellados
por cientos de reproches
que nos vienen a la lengua con la misma habilidad
que
llegan los orgasmos a la entrepierna.
Un único deseo en la última de las ochenta vueltas,
en el
final de las siete vidas,
que si de algo estoy satisfecha,
y perdóname que lo
diga,
es de un boom constante que me mantiene con vida
mientras tú
y todos aquellos que están en huelga con el corazón,
y todos aquellos que están en huelga con el corazón,
mueren lentamente cada día que
respiran.
Es preferible tener el corazón activo a que se enfríe lentamente. Aun cuando se sepa que las historias románticas no se aplican a la realidad, aun cuando los pequeños detalles se van esfumando a medida que la rutina se vaya instalando, aun cuando todos parecen cometer los mismos errores de distintas maneras, aun cuando todo parece que el amor no existe y sólo es algo pasajero.
ResponderEliminarAunque vivir con el corazón en huelga parezca seguro al final se convierte en el arma asesina que mata con lentitud y dolor. Es mejor tener que sufrir un poco y sentir dolor antes que partir sin haberse aventurado un poco.
Y es que como sentencia aquel tango: "primero hay que saber sufrir, después amar, después partir... y al final andar sin pensamientos". Si el amor fuera sencillo, nos aburriríamos más rápido que ver creer el césped.
Bello poema, Amparo, me encantó. ¡Saludos!
Pienso exactamente igual que tú, podemos resguardarnos, y ponernos un muro, evitar los vaivenes, los problemas, las adversidades, alejarnos de todo lo que pueda causarnos malestar en algún momento, y posiblemente lo consigamos, pero entonces también desecharemos todo lo que nos puede hacer sentir vivos, y al final, todo se convierte en un paso del tiempo y en un trascurso de los días, de manera lineal: vivimos solo porque respiramos, y entonces que triste.
EliminarEs un placer saber que te gustó.