jueves, 7 de agosto de 2014

Olvido.

Hay recuerdos que deberían de hacer la maleta.
Y maletas que deberían de guardar todo menos recuerdos.

No se muy bien si me explico, 
no es que hable del destino, 
lo hago más bien del viaje, 
con la sinceridad que supone dejar de ser cobarde.

Vino a por mi disfrazado de acierto
y te juro que no lo entendí.
¿Acaso tú si?

Le miré con detenimiento, 
con la pausa que deja siempre una derrota, 
como si fuesen los ojos el espejo de un alma 
que se ha declarado prófuga 
de todo lo que tiene que ver contigo.

‘’No quiero verte. ‘’

Y sonrió. 
Hay quienes no necesitan invitación.

No había gracia en sus gestos, 
ni falda de lunares con la que resguardar 
todos los intentos de mostrar algo de talento. 
Estaba vacío, 
como un aeropuerto cerrado, 
como el mar en Noviembre, 
como un calendario sin hojas 
o una cama sin orgasmos.

No se llamaba como él y sin embargo, 
me dolía de la misma forma, 
como cientos de promesas 
puestas estratégicamente en el corazón, 
colándose por sus arterias 
y contaminando la sangre 
con la misma habilidad que una droga de diseño.

Vivir de recuerdos tiene un precio tan alto 
como vivir sin ellos, 
los primeros pagan con nostalgia, 
los segundos, con ausencia.

Y luego están los terceros, 
aquellos a los que un momento del pasado, 
se les vuelve ancla
y los detiene en mitad de un océano bravo, 
que arrastra con fuerza 
un sinfín de lugares, de sonrisas, de canciones y poemas, 
paralizando el barco del presente y sin tierra a la vista; 
sin orilla desde la que no se vislumbre la tormenta.

No hay ni una sola esperanza que te haga de faro.

‘’Sabes que ha llegado el momento. 
Me has usado en tus escritos. 
Me has escondido entre carpetas. 
Me has hecho letras, 
incluso te has acostado conmigo 
dando vueltas en tu destino. 
Me dijiste que esperara, que fuese paciente, 
y lo he sido. 
Ahora necesito el alimento que suponen tus recuerdos, 
de la misma forma que el político se alimenta de dinero.''

''Déjame que le piense una vez más.’’
Asintió.

Y allí estabas tú, 
en medio de aquella tregua 
que me había dado Olvido, 
con esa costumbre que tenía el cielo más bonito del mundo 
de amanecer en ti todos los domingos de Enero. 
La incertidumbre en las pecas de mi nariz
y la distancia en la suela de tus zapatos, 
con esa preocupación que suponen siempre los kilómetros 
que no te permiten saber si van a olvidarte o a echarte de menos.

Te recordé hecho calendario, 
cuando tu rutina me subía la falda de los días 
dejando al descubierto las ansias de mis piernas 
por volverte a conocer.

En un bar de carretera.
En un hostal sin estrellas.
En un striptease sin público.

Y tus mentiras, claro, 
porque es muy fácil que te mientan 
cuando lo que temes es la verdad; 
la verdad en otra cama, en otro escote, en otros labios.

Con ese arte que tenías para coleccionarlas.
Con ese don que tenía para creérmelas.

Tal vez sea el recordarte 
la forma de apartarme del camino que supone el olvido.

Abrí los ojos, con la certeza de que seguiría allí.

Ladeó la boca en un intento de sonrisa, 
y me robó, 
como roba el invierno las hojas a los árboles, 
casi por costumbre, 
los mil motivos que tenía para seguir a tu vera.

Que no hay nada que dure cien años 
si se pasea Olvido con sus caprichos hechos lunares 
y la tentación en el escote.

Y tiene buena memoria, 
así que cuando creas que le has despistado, 
recuerda que es compasivo, 
y que todo desvío es solo una tregua que ha decidido darte.

Quizás por eso escribo
porque es el único lugar que le tienen prohibido.

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