viernes, 29 de agosto de 2014

Rómpete un poquito más.

Si un suicida se parase a ver la vida 
que se te escapa de las pupilas, 
hallaría el motivo para quedarse
y la muerte le resultaría aburrida.

Como si te inyectasen 
una buena dosis de adrenalina 
y de repente, 
fueses uno de esos atletas 
que corren desgastando el asfalto 
que les llevará a la meta.

Como un escritor que se desangra en versos
y le gotean letras de las venas 
que llegan al corazón en un río de palabras, 
para desembocar en unos ojos ajenos 
que alcancen a ver la belleza 
que se le escapa a las manos que lo crean.

Si se parase un instante 
aquel tocadiscos cansado y te mirase, 
vería de nuevo la magia de las viejas canciones, 
los instantes entre música 
y notas descolgadas en besos 
que han quedado anclados en el pasado, 
enterrados en tumbas sentimentales 
que esperan la señal para llover en forma de recuerdo.

Sonarían de nuevo notas muertas, 
que volverían a poner en movimiento algunas caderas 
que te atrapan y te hacen hueso; 
volarían de nuevo los vestidos 
de la esquina de tu calle, 
y se vestirían de lunares y peineta 
todas las señoras que quieren casar a su descendencia.

Si aquel reloj de tu cocina 
(o de todas las cocinas del mundo) 
se fijase en lo bien que queda tu culo desnudo, 
atrasaría todos los días media hora el minutero 
solo para evitar el momento en el que sales de casa 
y te olvidas de que llevas el tiempo cosido en las pestañas, 
y que allí por tus lunares 
hay un reloj que siempre marca la eternidad.

Si dejas de pasear 
tus siete pecados capitales por mi armario, 
mandarás a mi lavadora de un plumazo a la lista del paro, 
sin ningún corazón o sudadera que se haya manchado 
de las ganas de revolcarme contigo entre vicios 
que envidian la droga de tus orgasmos.

Cuando las ruinas de tus pérdidas y errores 
se visten de gala, 
nadie pone en entredicho lo bonito de un fracaso, 
y el cadáver de tus días pasados 
se siente más vivo que muerto 
cuando le dejas pasear por tu memoria de puntillas, 
sin armar mucho alboroto; 
te baila en la azotea de tus recuerdos 
y se contonea con ese aire trágico 
que posee siempre el pasado.

Si los sueños abrieran los ojos, 
verían la realidad de tu cuerpo, 
ese sinfín de infinitos que se te dibujan en el torso 
y juegan a sentirse libres 
en una sociedad de autonomía condicional.

Que saltan por los puntos y finales, 
como si solo fuesen puentes que cruzar 
para dar paso a otro comienzo, 
a otro ventanal que se abre con vistas a Central Park, 
en invierno, 
cuando todo está cubierto de nieve 
y sin embargo, 
nos quema el sol de las casualidades.

Si la borracha del bar de siempre te viese, 
pediría otra ronda de whisky 
y le juraría al camarero que esta vez bebe 
con un motivo hecho hielo, vaquero o paquete.

Que le sirva uno más cargado 
a ver si así vuelve a verte.
Y se arma de valor para pararte y decirte: 
¡eh tú! ¿no bebes?

No bebes porque es de tu boca 
de donde se calma la sed. 
De tus manos de las que sale el hielo 
cuando te cansas de las curvas de mi cuerpo. 
De tus años emana el buen vino. 
Y de tus mentiras, 
lo fácil que resulta ser infiel con uno mismo 
cuando aseguras guardar tequila en tu saliva.

Los días cualquiera para enamorarse, 
podrían ser este ¿no? 
Quédate y prueba, 
que tengo una colcha llena de errores 
y toda una noche para contarte 
que ninguno traía secretos en los ojos 
ni maravillosas grietas en donde vislumbrar otro paisaje.

Me fumaría la hierba de tus ojos 
con la misma facilidad que me lías la vida 
y me chutas de promesas 
que me adormecen los miedos que antaño, 
se venían conmigo a cenar a la mesa.

Si aquel cigarro supiese de la existencia de tu boca, 
de lo lento que consumes a quien te importa, 
saltaría de aquellos labios 
que no saben apreciar la elegancia de una muerte lenta 
que se hace hueco en tus pulmones sin pedirte permiso, 
y caminaría calle abajo 
hasta que lo cogieras entre tus dientes 
y le prometieras, como a todos esos vestidos, 
que nada has probado con más ganas 
que aquel montón de mierda que se te antoja paraíso.

Si supiesen los mares enfurecidos 
y los cielos despejados 
que en tu cama hay un hueco 
desde que no duermes conmigo, 
irían aprisa al encuentro con tu sonrisa 
y te jurarían amor eterno manoseado 
para que dejaras de sentirte solo cuando aun ahora, 
y solo a veces, 
te da por recordar que mi pelo se hacía oro 
y mi espalda, tobogán.

A todos les entiendo, 
pero en esto de perder las bragas por tus promesas, 
soy una aventajada.

Estoy calculando cuando volver a lanzarte 
la siguiente protesta, 
que respondas con represalias 
y me mandes a la mierda 
y cuando parezca que estoy cansada de agrietarme, 
suene tu voz en mi cabeza:

‘’Rómpete un poquito más’’.

Y a mi desastre le pasa 
como a cualquier kamikace, 
que no puede dejar de alimentarse de catástrofes.





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