viernes, 13 de junio de 2014

Defectos.

Al verte, me acuerdo.
No se muy bien de que o de quien, pero me acuerdo.
Como si tus ojos fuesen una máquina del tiempo
y yo fuese dando saltos de un instante a otro.
Y te veo en mis recuerdos
hasta en aquellos en los que no estuviste.
Todo una vida impregnada de tu presencia.
En parrafadas de mis autores preferidos.
En canciones.
En lugares.

Cuando lo que te une a otra persona son los defectos
el vínculo tiene carácter retroactivo
y se extiende a todo lo que has sido incluso antes de él.
Y todo lo que ayer te parecía gravísimo
hoy se funde en tu memoria hasta hacerse neutro.
¿Qué importa ahora aquella carta que guardabas bajo promesa?
¿Qué importan las cientos de veces que lo intentaste?
¿Y los besos que diste? 
Incluso los que no diste.
Y aunque el peso del paso del tiempo 
haya querido borrarte momentos
nunca puedes pretender ser el primero. 
Siempre hubo alguien antes de ti.

A veces las mejores uniones surgen de una infidelidad. 
De una noche de borrachera 
porque el séptimo amor de tu vida no ha querido quedarse.
No siempre podemos ser los predilectos
los preferidos, los escogidos.
En ocasiones somos los restos de otra historia.
O el poco pulso que le quedan  
a unas cuantas promesas incumplidas.
Quizás el resultado de amores 
que se enterraron cuando a penas respiraban. 
Otras, solo fruto del conformismo 
de quien decidió resignarse y no seguir buscando; 
o igual éramos la única persona que estaba disponible.

Y escogemos a quien amar.
Porque la soledad, bien mirada, tampoco es tan bonita; 
o porque, bueno, escoger a descarte que corazón vas a follarte
pierde la magia a la tercera semana.

Puedes pensar en lo feo que resulta todo esto
y que estoy afirmando que los cuentos de hadas son un fraude.

Tal vez si. 
Y todas esas princesas adornaron tanto el cuento
porque no sabían como explicar
que se bajaron las bragas en la primera cita
o que perdieron el zapato porque iban hasta el culo de heroína.
Que tal vez el príncipe azul 
era solo el remedio casero para curar las heridas 
que había dejado el lobo feroz.
En cualquiera de los casos, escribieron, 
y es que creo que hacer letras una historia
es una forma de no decirse adiós.
Resignarse a las despedidas 
y vivir un poco en todos los ojos que nos leen.
¿No?






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