sábado, 7 de junio de 2014

Tu nombre. (1ª parte)

‘’¿Cómo se llama?’’ Le pregunté.
‘’Ni idea’’ me respondió.

Y volví a verle todas las noches de sábado 
en el mismo local mugriento. 
Pantalones rotos, camiseta a juego
y sonrisa de ‘’esta noche tú no te escapas’’.

Caían como moscas
y me daba por pensar cuantos sujetadores 
se habrían quedado a vivir debajo de su cama.

Antes siquiera de conocerle
ya era un buen motivo sobre el que escribir.

A veces pensaba en él como un depredador
un lobo con piel de cordero
que se alimentaba de corazones o de bragas
aún no estaba segura.

Otras, era solo la sombra proyectada 
de un fracaso que le marcó: la buscaba en todas las mujeres.

Y la sutileza que nunca ha sido mi fuerte, me delató. 
Mis ojos buscaban letras en él, en sus orejas
en su boca ladeada, en la costura de la entrepierna de su pantalón.

Estaba más guapo que nunca. 
No se cuanto de guapos suelen ser los lobos disfrazados 
o los chicos con corazones mutilados. 
Pero él se me antojó lo suficientemente guapo 
como para dedicarle canciones en una emisora desconocida 
durante las próximas semanas. 
Lo suficientemente guapo 
como para llamar a deshoras y colgar al primer ‘’¿Diga?’’.

Supongo que se vio en mis ojos y sonrió.
No supe que hacer con las manos. 
Si hubiese estado en mi habitación
supongo que masturbarme o escribir. 
Pero no lo estaba, así que las metí en los bolsillos 
e hice un ademán de ‘’no me importa en absoluto que te estés acercando’’.

Y pasó de largo, como el autobús de la línea dieciocho.
Pero sus ojos siguieron días clavados en mis folios. 
En la ‘’L’’ inclinada de principio de frase o en la ‘’O’’ de orgasmo.
Clavados en mi escote.

Dejé de visitar aquel local. 
Mentirosa. 
Dejé de visitar aquel local 
porque una noche cualquiera dejó de hacerlo él. 
Mejor.

Y volví a encontrarle, y aquel día 
si que estaba más guapo que nunca. 
Como si sus ganas de violar corazones se hubiesen esfumado. 
Sereno, tranquilo. 
Con los ojos marrón esperanza, marrón sexo, marrón poesía.

Me senté en la barra y le miré. 
En aquel momento me acordé de Pablo. 
Decía que yo era bonita, aunque no tanto como Clara
pero más simpática. 
Que mi pelo olía a lavanda
y que mi letra se parecía a aquella que se práctica 
en los cuadernos de verano. 
Pablo y yo nos besamos durante dos cursos enteros
hasta que conocí a Héctor y el sonido de su moto.

‘’¿Cómo se llama?’’ Volví a preguntarle.
‘’Ni idea’’ Volvió a responderme.

‘’Una manchada a ser posible con leche fría y’’… 
¿Me dices tu nombre? ¿Tu teléfono? 
¿Tus planes de futuro y el lado de la cama donde duermes?.

‘’...Y dos azucarillos, por favor’’.

La tercera tarde que paré 
en aquella cafetería de la esquina
me invitó a la manchada.


Y yo a la sonrisa. 

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