domingo, 13 de julio de 2014

El amor como forma de letra.

Despertar 
a veces es como haber perdido el sentido del tiempo
y créeme que se que debería ser a la inversa,
que es el sueño y no la vigilia
lo que nos confunde.

Pero después de haber dormido 
tantas noches con mis pies enredados a los suyos, 
dime como hacer para no sentir 
que es el despertar el momento del día 
que nos roba dosis de vida.
Y son los sueños quienes nos inyectan adrenalina 
y nos adormecen los miedos.

No se exactamente como nos encontramos
pero lo hicimos.

Era tarde para estar despierto 
y temprano para haber olvidado 
que no dormíamos porque quizás
no había ya nada con lo que soñar.

Si hubiésemos estado de copas
se habrían encontrado nuestros ojos. 
Mi vestido se habría enamorado de sus gestos 
y mi desnudez de su descaro. 
Nos habríamos besado 
con ese mágico poder que confiere la noche 
haciéndonos creer que se eternizará 
y no habrá nada de lo que preocuparse mañana.

Si nos hubiésemos visto por la calle
mis pies se habrían desviado del camino
y le habrían seguido a un lugar que no me interesa, 
hipnotizada por la melodía que desprenden algunas personas 
cuando caminan o cuando viven.

Pero no fuimos nosotros quienes nos hallamos, 
más bien lo hicieron nuestras palabras.

Y entonces, como sucede mientras sueñas
perdimos la conciencia del tiempo y del espacio.

Aunque sonriamos en otros brazos 
o encontremos belleza en otros pies desnudos 
que asoman por debajo de la sábana, 
hay ojos que se quedan con lo leído
y en noches en las que maldices las casualidades a medias, 
las pupilas se hacen letras 
y el pasado, tintero.

Esa noche estaba escribiéndole
con la seguridad que se tiene cuando algo se ha acabado, 
porque aunque no lo sepáis
mientras la ropa está por el suelo 
y el corazón sigue respondiendo a las caricias, 
nuestras líneas se vuelven subjetivas
y nuestro miedo a meter la pata en ellas
nos controla los dedos y el lápiz 
como si fuésemos títeres de sus deseos; 
solo si todo ha terminado
nos deja libres
y escribimos con la templanza que aporta siempre un final.

Hallarse en vidas ajenas
con líneas dedicadas a distintos hogares o temores
a distintos pavores tal vez, 
es tan complicado como mantener el equilibrio 
con los tacones de los sábados.

Pero es justo a veces esa falta de sensatez 
la que nos hace poner el reloj en marcha de nuevo
incluso aunque no marque ninguna hora
incluso aunque las marque todas a la vez.

Alguien dijo que la fuerza 
más grande en el mundo, es el amor.
Y yo no voy a discutir a los sabios, 
pero decidme que sería el amor 
si no le acompañasen palabras. 

Que sería desnudarse si no pudiésemos 
llevarlo al papel más tarde. 
Que de nostálgico tendría una ruptura
si no la hiciésemos protagonista de nuestros folios en blanco. 
¿Cómo íbamos a revivir la intensidad de unos ojos 
si no pudiésemos escribir sobre ellos?

El pasado sería solo pasado
y no hay nada más triste que no poder ser cómplice de él, 
al menos, un par de noches semanales.

Hay muchos tipos de amor, 
eso puede ser cierto, 
pero a mi parecer
solo uno nos hace temblar incluso cuando se va.
Solo uno nos guarda para siempre
aun a pesar de que deje de respirar. 
Solo uno ocupa carpetas y cajones de un escritorio viejo 
o del trasfondo de un armario en el que apilamos amores y citas 
que aun con el paso del tiempo
nos siguen viniendo a veces a la yema de los dedos 
y nos arrancan versos y preguntas suicidas.

¿Quieres irte sin dejar rastro? 
Entonces escoge uno de los noventa y nueve amores que te quedan
y olvídate de los que escriben, 
porque te harán odio, bragueta o revolcón; 
te harán esperanza, final o reencuentro; 
te harán oxígeno, aeropuerto o perdición.

Y por eso nos encontramos
porque no hay nada más hermoso que vivir en líneas de otro; 
que cuando un valiente te eterniza
no es más que una invitación a sus insomnios, 
a sus cadenas perpetuas de corazones 
a los que no les importa la condena.

Un túnel sin salida por el que disfrutar del viaje.

Paisajes que hablan de bostezos, 
de gestos, de énfasis, de éxtasis, 
del nirvana entre unas piernas que amanecen 
enredadas a un ‘’para siempre’’.

No se muy bien si me explico o si me entiendes,
que más dan los modales cuando todos hemos sido animales 
y nos hemos faltado al respeto con ansias de hacernos daño 
y dejar, por lo menos, una cicatriz de recuerdo.

Yo no se que piensa el mundo
pero quien no puede dejar herida o huella
o ganas de destrozar un recuerdo 
a golpe de tildes y futuros unilaterales, 
no ha hecho más que pasar por la vida de alguien 
con la ligereza de un pañuelo seco 
en el que no ha caído ni una sola lágrima o promesa.

Cuando sus primeras palabras, las de verdad, 
se adentraron sin permiso en mis pupilas, 
recuerdo que llovía
y como siempre que el cielo se cobra una pérdida, 
yo andaba acelerada, 
dispuesta a salir de aquella autovía 
que se me antojaba tierra de memoria.

Pero me encontró o le busqué
o tal vez me dejé encontrar
y aflojé el ritmo de mis piernas 
para cederle velocidad al del corazón.

Ayer, hoy y mañana se fusionaron en una frase: 
‘’en este momento’’. 
Y todo se tornó un lago claro, limpio, tibio, 
donde bajar a mojarse los pies y las palabras. 

Sentados al borde de un abismo, 
sus manos se volvieron hogar, 
y su experiencia, sus vivencias, sus líneas
mucho más eficaces y cautivadoras 
que cualquier otra droga emocional.

Se me paró el pensamiento en seco 
solo para invitarle a una copa 
en medio de conversaciones intelectuales 
y miedos con la falda muy corta. 
Se me habían dormido los recuerdos
y no me dolían ya tanto todos los tropiezos.

Pero hay cosas que no pueden decirse, 
que eso de : 
‘’eh, tú, ¿dónde coño llevabas todo este tiempo?’’
es algo que pensaba cuando me topaba con su presencia 
y que callaba por el temor de meter la pata 
en un agujero tan hondo
que tenga que quedarme a vivir.
Y yo sin mar siento que no respiro.

¿Cuántas balas caben en una frase? 
Apuesto que una por cada punto y final; 
otra por todas las veces que la distancia 
se hace dueña del orgasmo 
y hay que gemir bien fuerte 
para destrozarle el tímpano a los kilómetros; 
y bueno, puede que una tercera 
por cada duda existencial que nos ha ahogado 
en una copa de whisky barato.

A veces estar perdida 
no es estar desubicada o extraviada, 
es más bien que el día que te encontraste no te gustó
y andas indagando otra versión de ti misma 
que te devuelva la esperanza en el ser humano y en ti.

En esos casos, crees que la meta es encontrarte
reconstruirte o reinventarte, como guste, 
y olvidas, como él me dijo una vez, 
que es el camino quien te crea; 
que es el propio caminar en sí, 
el escenario de tus pies y tus vivencias, 
y que la meta, al fin y al cabo, 
es solo el punto donde terminamos por llegar todos 
para descansar unos huesos cargados de reuma 
y una cara cansada de transportar arrugas.

Y bueno, puede que no toda vida 
esté repleta de riquezas, de dinero o de mansiones, 
pero créeme si te digo que hay sueños y latidos 
que nunca compra una moneda, 
y que hay ojos y manos
que no se ponen en venta.

Que le encontré por casualidad 
y se quedó por complicidad.

Y cuando unas palabras te unen a la misma tinta
aun en espacio y tiempo separados
no hay llovizna que enturbie lo que la poesía ha creado.

Que si quieres sentir la fuerza del verbo ‘’irse’’
me dejes que te explique que lo único importante
es hacerlo para volver siempre 
a un lugar en el que no hallarse tan perdido; 
a unas letras que te den cobijo 
cuando el pasado se ponga feo y cercano.

Deja que te embriaguen las palabras 
como el más hábil de los venenos 
en esto de regalar orgasmos 
a la primera frase que te arranque un deseo.

Dejarás de buscarte 
porque otras manos te habrán encontrado.

Nos conocimos, que más puedo contarte;
nos conocimos y escogimos el amor 
como forma de letra y la letra, 
como forma de vida.

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