lunes, 7 de julio de 2014

Los sueños, sueños son.

Déjame descansar las pupilas sobre tus planes
y hablemos de sueños.

Me apetece que me cuentes 
lo poco de real que hay en ellos
y me enseñes a elevar los pies del suelo 
aun cuando tengo vértigo.

Que yo estoy de acuerdo con Freud: 
los sueños están sobrevalorados.

Se te escapa la vida tras de ellos
desgastando la suela de los zapatos 
contra los cientos de suicidios emocionales 
que se han adueñado de los puentes de tus ciudades.

El país de tu boca.
La nación de tus orgasmos.
El municipio de tus rodillas.

Que nos sobra el drama 
y las miles de hostias que damos 
en otra mejilla por celos, 
pero nos faltan las ganas de hacer verso 
un cruce de miradas 
que irremediablemente desemboca 
en un descruce de piernas 
y un cambio de dirección, hacia su vida.

Seguir un culo durante tres manzanas 
con el descaro que posiblemente le pondría Bukowski.

Y no acabar en la cama, 
porque todo lo apetecible 
necesita al menos de cien avenidas
cuatrocientas calles 
y algún parque de por medio
para que te inviten a un apartamento sin cortinas 
donde puedas ver Central Park 
mientras follas en la cocina
del mejor trasero de todo Nueva York.

Y te sientes el rey del mundo
porque a veces el universo se esconde en otro pecho 
que da cobijo a la vía láctea 
y hace de un suspiro,
la órbita en la que giran todos tus sentidos.

Que no voy a prohibirte que sueñes
quizás porque tus ojos siguen siendo tus ojos 
aun cuando descansan
y se mueven aprisa en busca de metas 
que cada día parecen cambiar de destino.

Igual es el camino todo lo que importa
y deberías de medir
el tiempo que pasas en él, en intensidades
y la intensidad en los folios que necesitas 
para hablar de sus bostezos.

Decían que el mundo acabaría 
cuando predijeron los mayas
y a ti te habría pillado dormida, 
tan hermosa que el fin del mundo habría vestido de traje 
para besarte en los labios; 
y de haber despertado, 
nos habría concedido, al menos, un par más de días 
a doscientas canciones el minuto
a trescientos orgasmos la hora.

Que soñar no es más que la excusa perfecta 
para poder quejarte de tu vida 
sin que nadie te juzgue de cobarde 
y quede a la intemperie tu falta de cojones.

Y puedes tacharme de fría.

Que he sido tantas cosas en la vida
que ya no me importa.

Una vez fui la puta de uno 
al que pagaba en canciones. 
Me acomodé entre sus costillas. 
Y cuando empezó a cobrarse los servicios con rutina, 
tuve que dejar de verle 
porque estaba a punto de empezar a soñar.

Y ya sabes como me diluvian a mis las pupilas 
cuando soñando sueño que vienes a soñar conmigo 
y al final nunca coincidimos dentro de lo soñado.

Prefiero que me sacies la vida
y sienta que se me encharcan los pulmones de placer 
y me asfixia.

¿Qué sientes cuando levantas los pies del suelo 
y tu nariz apunta a la luna?

A mi a veces se me levanta la falda 
cuando paso por su portal
y la punta de mis zapatos señala hacia una dirección 
que no entiende porque merodeo por allí 
con las pecas hechas catástrofes.

Que en vida mueres, eso es cierto, 
pero resucitar entre drogas y excesos
hace de los días escenarios dignos 
que esconder entre versos.

Yo no se que te ha contado a ti tu sueño
y si está lo bastante buena
como para que pierdas los cojones 
en el intento de tocarle las bragas a destiempo, 
en lo efímero que hay detrás 
de unos párpados que se cierran.

Pero mi sueño me ha tratado mal.
Casi a patadas.

Te ha puesto delante sin ropa y sin perfume
como animales, 
y antes de poder llenar de saliva tus instintos
me ha despertado de golpe 
recordándome que nosotros no somos de hallarnos 
en unos ojos que se apagan.

Que somos más bien de encontrarnos en lo leído 
de una realidad que se hace verso 
al ritmo que descarrilan nuestras esperanzas 
en el andén de todo lo que no fuimos 
mientras tratábamos de serlo.


Y se nos fue la vida besándonos 
entre sueños de papel que volaron 
al primer soplo de una realidad cansada 
de cubrirnos las espaldas 
cada vez que nos revolcábamos 
en el centro de cientos de ilusiones 
que se apellidaban utopía. 

Que razón tenías Calderón: 
''que los sueños, sueños son''.

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