jueves, 10 de julio de 2014

Echo de menos.

Echo de menos…

Que me arranques la piel en un abrazo 
y que después de la última vez de todas las veces, 
siga encontrándome con tus ganas 
de quitarme de encima 
todos los orgasmos que me sobran.

Añoro también la poca elegancia 
que pusiste para invitarme a tu vida
y que encuentres más encanto en unas medias rotas 
que en los pantalones más distinguidos.

Que cada vez que te alejabas 
estabas más cerca de volver por enésima vez 
y quedarte para siempre.

Y de repente, todo corazón se vuelve pequeño 
para la inmensidad de latidos 
que tengo preparados por si vuelves; 
y toda voz afónica para el montón de poesía 
que quiero recitarle a tus sentidos.

Me devoran las hipótesis 
sobre un futuro incandescente.

Echo de menos…

El tacto de tus sueños.
Todos los verbos que se te cogen a la sudadera 
y se conjugan con mi nombre.

Dime que hago con todas las cartas 
que me ha dado el destino 
jurándome que en tu bragueta 
estaba la pareja.

Añoro la perfección de tu columna vertebral 
cuando dormías bocabajo tapándote de la vida; 
asustado por todo lo que suponía 
las catorce veces seguidas 
que habías dormido en mi colchón.

Deberías acompañarme al silencio, 
que allí donde las palabras no llegan 
y se nos empiezan a caer los versos, 
aparecen las miradas sinceras 
que barren la mendacidad con hábil destreza.

Echo de menos…

El oxígeno que me aportan tus regresos, 
aun a pesar de que siempre 
caigamos en el mismo error de querernos 
más allá de los límites 
que nos impone tu miedo al compromiso; 
del pavor a compaginar dos trenes 
que descarrilan en el momento 
en el que te hago hueco en el armario 
y en el diario que habla del nombre de mis hijos.

Quiero rezarle a cada uno de los milagros 
que se esconden en tus vértices 
y hacen crecer mi fe en todo lo que supone que existas.

Podrías quedarte a vivir entre mis piernas, 
al sur de nuestras promesas, 
al este de nuestro camino, 
al oeste de la dirección a la que apuntan mis pies 
cuando te beso de puntillas 
y al norte del país de tu cobardía.

El epicentro podemos ponerlo en tu bragueta
que no se me ocurre mejor lugar 
para ocasionar catástrofes 
que deriven en alguna esperanza rota 
o un deseo condolido.

Echo de menos…

Abrazarte cuando te llueves encima
y fumarte cuando todo en ti supone 
un vicio que tienta a la salud.

Mis lunares están ahí
pero se niegan a despertar 
de este estado comatoso 
desde que no pernoctas en mi piel.

No se cuanto de cierto cabe en la palabra ‘’amor’’  
o cuanto de real en la palabra ‘’sueño’’
pero conjugadas me queda algo como 
soñar tu amor mientras todo el amor 
me cabe en un sueño
y eso irremediablemente
ya no me suena tan horrible.

Dejaría que tu última bala me volase la vida
como tu último beso me voló la falda, 
y revivir en otro momento 
en el que tengas ganas de mis genes 
andando descalzos por el salón de casa.

Echo de menos…

Que no me quepas en mis versos.
Y que me hayan negado su compañía los poetas
porque los ojos a los que dedico mi tinta
son comentados entre sus letras.

Añoro que me añores y vuelvas
aunque sea un par de noches semanales
aunque sean unas noches sueltas.

Añoro que añorándome me llames 
para no decir nada, 
porque se ha apoderado el temor 
de la iniciativa de tus cuerdas vocales.

Pero lo que más echo de menos 
es no haber vivido nada de esto contigo
y que cuanto añoro pueda hacerlo solo a medias
sin poder ponerme a la altura de la pérdida 
de algo que nunca he tenido.
Ni poseído.

Y que mis versos, sin embargo,
te guarden con la propiedad 
que se tiene sobre uno mismo.

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