lunes, 7 de julio de 2014

Si fueses estaciones.

¿Y si fueras invierno?

Te imagino con las manos en los bolsillos
y los dedos encerrados entre lana, 
evitando que entren en contacto con mi piel 
y se desate ese incontrolable deseo 
de hacer de la caricia, revolcón.

Con calcetines ceñidos 
en los que tus pies se dividen el espacio 
en proporciones perfectas, 
de donde no puedan escaparse 
los pasos que te alejan de mi.

Con una bufanda que retenga 
todas las palabras con sabor a despedida, 
y deje escapar solo aquellas 
que suelen ser aliento para el corazón; 
te dejo que esas las grites, 
que en esto de quererte 
no me importan las medidas, 
ni enemistarme con la razón.

La boca hecha hielo 
y las mejillas escarcha.

Que tus orejas necesiten de mis palabras 
para sentir el calor que solo proporcionan 
unos versos dedicados.

Madrid convertida en una pista de patinaje 
por la que te empujen mis ganas de olvidarte por un rato, 
para recordar lo que es estar conmigo misma 
sin nadie que me aparte el pelo 
cuando vomito dudas y miedos.

Te imagino esperando en cualquier portal a mis piernas
envueltas en unos pantalones gruesos, 
que pueda verte el verano atrapado en los ojos 
cuando recuerdas el vuelo de mi falda, 
y Noviembre sea un poco menos frío 
solo porque existes.

Tomar chocolate caliente 
en cualquier cafetería 
que no sepa que dejarás de amarme, 
y parezca el escenario perfecto 
para hablar de la eternidad.

Escribe en una servilleta el nombre 
de nuestros cuatro hijos, 
mientras me miras 
con cientos de poemas inacabados en las pestañas, 
y con urgencia, como quien espera un orgasmo, 
irme a casa para describir lo perfecta que me resulta 
tu comisura derecha cuando se ladea 
robándole al mundo alguna de sus siete maravillas.

En unos meses vas a pedirme que te entienda, 
y tendré que fingir que me sobra empatía, 
entre medio de explicaciones que no entiendo 
solo porque no me apetece entenderlas, 
porque aunque tú no lo sepas
entender una despedida es la forma más mezquina 
de hacerte cómplice de ella.

¿Y si fueras primavera?

Tus carcajadas serían la personificación perfecta 
de una flor que se abre.

Me llamas para contarme 
lo bonito que se hace Madrid 
incluso aunque yo no esté por allí. 
Y sonrío, porque hasta mi ausencia en tus días 
deja de molestarme 
si eres tú quien me habla de ella.

Aunque ojalá me echases de menos
y el sonido de todo lo que haces (sin mi) 
te dejase de eco algunos de los versos 
que se me caían en cada botón que me desabrochabas 
de la camisa o de la vida.

Quiero saber si se ha derretido todo tu hielo 
o tengo que cogerme el chubasquero
por si una lluvia fina, 
de las que no limpian pero empapan, 
va a sorprenderme camino hacia tu casa, 
y voy a llegar a tu cama como esas noches de domingo 
que me llueven ausencias de los ojos.

A veces el sonido del agua 
me impide saber si el corazón sigue latiendo 
o se ha parado y todo cuanto vivo 
no es más que un sueño.

Hace mucho que no me quitas 
las bragas y el aliento, 
y ahora que tus manos se han deshecho del invierno
deberías hacerlo, 
que ya no hay peligro de que se me constipen los deseos.

Me gustaría que vieses 
a través de mis piernas y mis manías, la felicidad; 
que pudieses preguntarle con la desnudez 
de aquel que ama sin saber porqué, 
que quiere ser de mayor, 
a ver si te contesta algo que te recuerde a mi
y me persigues por mis párrafos 
borrando todos los puntos y finales.

Que cada punto
no sea más que el complemento perfecto 
de las íes que pronuncias al hablar de la vida.
Y cada final las ganas de volvernos a conocer 
en todos los bares que huelen a comienzo 
y no dejan entrar a las despedidas.

Si la primavera pudiese hacerte volver
te juro que creería en ella, 
y la veneraría en todos mis escritos.

Y se que hacerte volver 
no es más que la consecuencia de haberte ido, 
pero contra el invierno que esconden 
tus miedos y kilómetros
no tengo mucho que hacer, 
y eso que lo he intentado todo.

Hay veces en las que no eres más 
que uno de esos cuadros del Museo del Padro 
al que ni siquiera puedes fotografiar.

¿Y si fueras verano?

Podrías ser uno de los aviones 
que aterrizan en islas paradisiacas 
en las que coger color 
para que no se noten tanto las heridas.

Vamos a cambiar de aires, 
que el olor a mar te abra los pulmones en canal 
y la sal te sane todas las huídas 
que se te han cogido a las venas 
y te han contaminado la sangre que bombea el corazón, 
y va lento.

Tan despacio como todos los recuerdos 
que enemigos de la prosperidad, 
caminan a cámara lenta.

Que el mar haga de cada ola
una forma de borrar las huellas 
que no han llevado a ninguna parte.

Quiero comerte la boca con las ansias 
que se tienen a los dieciocho años de devorar el mundo; 
de perderse en las horas de un reloj 
que las marca a la misma velocidad 
con la que dejamos los kilómetros atrás 
en cada prenda de ropa que nos quitamos.

Te he dedicado todos mis bikinis, 
los he anudado con la esperanza de que se caigan 
cuando se apoderen de ti los miedos, 
y mi desnudez te haga descarrilar el tren 
de todo lo que no hemos sido, 
a pesar de tener la oportunidad.

Pon tus ojos en mi ayer
y escoge la ropa interior que te haga olvidar el pasado, 
que podamos hacer de esta noche
un edificio con un balcón orientado al futuro;
que el sol se esconda y se ponga siempre en tu sonrisa
y tus lunares sean las coordenadas mal colocadas 
de todos nuestros fracasos.

Los orgasmos de tu mano 
son una forma de morir de vida y de amor
y ver la muerte tan de lejos 
que por primera vez unos labios 
no te saben a prisas ni a excusas; 
que las pausas nos sirven solo para empezar de nuevo
y recordarme lo que es estar sin ti, 
quitarme las ganas de salir de copas con la soledad
que es conocida en todas las barras de todos los bares 
de la calle del olvido.

Se me están derritiendo las caricias
y necesito de la sombra de tus brazos 
para apreciar el infinito.

¿Y si fueses otoño?

Las cientos de hojas que caen del árbol 
que ha sido hasta entonces casa y cobijo; 
y que llevan tres estaciones sin experimentar 
la sensación de precipitarse 
hasta que las manos que las sujetaban
han dejado de hacerlo.

Supongo que en resumidas cuentas, 
en eso consiste la confianza, en no prever la caída; 
si lo hiciéramos y el golpe no nos rompiera alguna esperanza
sería señal de que estábamos alerta 
¿y quién narices confía con los ojos bien abiertos?

El paso de los días junto a alguien
adormece las precauciones 
y nos lleva irremediablemente 
a guardar todos los carteles de peligro y de cerrado.

Ahora somos un jodido parque del centro de Madrid
donde los niños juegan, corren y ríen;
donde los adolescentes se colocan y se enamoran;
donde los adultos miran las piernas de todas las madres 
que pasean sus carritos por allí.

Nadie está alerta, 
los niños no piensan que el juego 
puede acabar en una rodilla raspada; 
los adolescentes han olvidado las charlas 
sobre drogas o amor de sus institutos, 
y los adultos han dejado de apreciar 
que desde la ventana del cuarto
se divisa todo el parque, 
y sus mujeres asoman por allí sus sospechas, 
que se inquietan y se avivan con el olor de la infidelidad.

Tus ojos son del color de las hojas que caen
marrones y tristes; 
los míos, solo son tristes
porque cuando los ojos dan cobijo a las decepciones 
pierden su color.

Me gustaría oír como tus pisadas 
aplastan la hierba seca, y cruje; 
sentir que te vas acercando por muy lejos que estuvieses
y que traes entre los dientes una pérdida.
La de ti mismo.
Que te has perdido como se pierde la vida un suicida
o la belleza ajena un egocéntrico.

Es el egoísmo lo que más me molesta de ti,
que no pensaras que perdiéndote, me perderías
o que lo pensaras y no te importase, 
a cuál peor.


El caso es que han pasado cuatro estaciones
y algunos años, 
y aunque se me está haciendo tarde 
para pensarte y para buscarte, 
se me ha vuelto sin embargo el corazón
terriblemente pronto para olvidarte.

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