miércoles, 23 de julio de 2014

El verbo ''volver''.

Cuantas veces hemos deseado que vuelva.

Como si el verbo ‘’volver’’ 
fuese la solución a las noches a solas, 
olvidando que para volver 
antes ha tenido que marcharse, 
que regresar no es más que la consecuencia directa 
de haber huido.

Y entonces el verbo ya no suena tan bien. 
Y empezamos a ver que cojea de alguna de sus vocales
y camina con un tópico pesado en los zapatos: 
si se fue una vez, podrá hacerlo dos.

Y te quedas con el eco de los cientos de deseos 
que no perduraron a su huida, 
que se los llevo cogidos a sus muñecas, 
que se adentraron en el camino que siguen sus venas, 
contaminándole la sangre 
del mismo modo que un recuerdo 
contamina el insomnio.

Otras el deseo se hace sonido:
una canción, un beso, un gemido o una promesa.

Creo que los grandes versos 
se elevan hasta llegar a los oídos 
de los que ya no están entre nosotros, 
dime, ¿alguna de mis letras te ha salpicado? 
¿le han hecho mis escritos el amor a tu atención?

Claro que ansío tu regreso
pero podrías volver del aseo a la cama, 
o de la cama al sofá, del trabajo o del mar, 
mis condiciones no son tan altas, 
solo te pido que no regreses después de haberte ido.

Al menos quédate el suficiente tiempo 
como para poder deslizarte los lunares, 
colocarlos en sitios estratégicos 
y que nadie más se atreva a ver constelaciones 
en un cielo que me pertenece.

Te sueño con la misma paciencia 
que se pone cuando se tiene la certeza 
de la eternidad de un sentimiento.
Sin prisas, sin urgencia, sin diligencia.

Vuelve una mañana
que pueda verte bien las pupilas, 
y me confiesen tus ojos 
todo lo que me niegan tus circunstancias y miedos.

He soñado tantas veces con el olor de tu regreso,
olor a hogar, a café recién hecho. 
Como si toda una casa te cupiese entre las manos
y todos tus kilómetros entre mis versos.

Si me dices que vas a hacerle caso al anuncio 
y volverás a casa por Navidad, 
hago de todos los calendarios Diciembre, 
y de cualquier brisa leve, 
un motivo para resguardarme del frío.

Se que si me concentro
puedo verte deambular por los pasillos, 
pero hace tanto que no andas por aquí, 
que mis pupilas se han enemistado con tu reflejo 
y no me dejan concentrarme en los vértices de tu cuerpo.
He olvidado tus esquinas y recovecos.

No entiendo porque te has ido, 
y la verdad, lo prefiero, 
porque hacerlo sería 
construir una amistad con la cobardía 
y hacerme cómplice de tu falta de cojones. 
Y yo nunca he sido 
de las que corren solo por verle las orejas al lobo.

Si fuese tan feroz
enseñaría los colmillos.

Que si, que yo también duermo abrazada 
a los abstracto de un regreso, 
pero no dejes que la euforia te borre los conocimientos, 
pues para volver, antes ha habido una huida
y cuando estas se suman, 
los regresos dejan de poder hacerse verso.

Y mueren las palabras acunadas entre historias a medias 
que se ríen de la velocidad con que abres los brazos (o las piernas) 
cuando se disfrazan de eternidad.

Y juegan contigo a las promesas.

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